Éxito en soledad.

Tres años desde que cogí aquel avión a París, dos desde que cumplí mi sueño en Madrid y un año de vuelta a mi hogar. No he parado o eso he intentado y por fin he entendido la frase "La vida está hecha para los valientes".

Una realidad de aprendizajes forzados, una inquietud constante. Todo es perfecto en nuestra zona de confort pero cuando salimos de ella, empieza la realidad. Afrontar tus decisiones, resolver la inestabilidad que te sostiene, encontrar la cara buena de la soledad.
Nadie nos prepara para dormir en una cama de matrimonio solos, ni para escuchar el silencio de nuestras voces al llegar a casa. Tampoco nos enseñan a reaccionar ante un despido inesperado o un cambio de piso en mitad de la tarde.

La fuerza que nos mandan las personas que queremos cuando salimos de casa no son para nuestros momentos de éxito, son para las caídas que están por llegar. Ellos son tiritas que te ayudan a curar las heridas diarias. Llamadas que cambian tu dirección, mensajes que ilusionan pero sobre todo cariño que alimenta nuestra soledad. Porque aunque nos cueste reconocerlo a todos nos gusta una segunda taza para desayunar, un abrazo por debilidad o una mirada de complicidad. 





Ahora desde casa, solo me alegro de compartir el éxito y los tropiezos con personas que me ayudan a salir sola de las dificultades, me apoyan con sus enormes vendajes y alimentan mi ilusión.






Elena.

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